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Miguel Illescas, la mente tras el ordenador que ganó a Kasparov

El GM estará el 25 de junio en el Blitz de Radio Marca que se celebrará en el Arrecife Gran Hotel 

  • Radio Marca/LaLigaSports
  • Cedida
  • En plena revolución tecnológica y con Internet en un proceso de crecimiento nunca antes visto hasta entonces pero aún a años luz de lo que es hoy, un acontecimiento deportivo íntimamente relacionado con las máquinas sacudió los principales medios deportivos y generalistas de todo el mundo. Ocurrió en mayo de 1997 y Youtube, Facebook y Twitter, por ejemplo, no existían. Un ordenador desarrollado por IBM y denominado Deep Blue iba a enfrentarse por segundo año consecutivo ante Gari Kaspárov.

    En el primer duelo, celebrado en Philadelphia en 1996, el mejor jugador de ajedrez de la historia derrotó a la máquina. Un año y muchas horas de desarrollo informático después, la máquina se tomó la revancha en un evento global que superó todas las expectativas - que eran muchas - generadas a su alrededor. En los meses que transcurrieron entre un enfrentamiento y otro, un ajedrecista e informático español iba a ser clave en la victoria de Deep Blue.

    Miguel Illescas (Barcelona, 3 de diciembre de 1965) está considerado como uno de los mejores jugadores españoles de ajedrez de la historia. Ocho veces campeón de España individual y nueve veces campeón de España por equipos, estuvo varios años en el Top 30 mundial de su deporte, fue entrenador del campeón mundial Vladímir Krámnik y pudo ser partícipe, gracias al binomio informática-ajedrez, de uno de los grandes acontecimientos deportivos de finales del siglo XX.

    Para el que no te conozca, ¿quién es Miguel Illescas?

    He sido jugador profesional de ajedrez 30 años. Lo más destacado que he logrado son los 8 títulos de campeón de España individual, aunque a mí me hace mucha ilusión haber ganado 9 veces el Campeonato de España por equipos. En el plano internacional estuve entre los 30 mejores del mundo durante tres años. Llegué a jugar alguna final, contra Anatoli Kárpov por ejemplo, en un torneo muy prestigioso en Holanda. Además, gané el Campeonato zonal que clasificaba para el Campeonato del Mundo tres veces. Nunca conseguí ir más allá porque realmente me faltaba mucha escuela. Yo empecé a jugar muy tarde. Y empecé a entender cómo se trabajaba cuando ya era un poco tarde. Mi primer entrenador me lo pagué yo en el año 92, un ruso, cuando yo ya tenía 26 años. He sido un jugador que ha tenido un desarrollo un poco tardío. En el año 97, habiendo cumplido 32 años ya, me di cuenta de que la cosa no daba más de sí. Por eso empecé a trabajar en otras áreas.

    Primero trabajé con IBM; estuve dos años en el desarrollo de la máquina Deep Blue que, como mucha gente sabrá, terminó ganando a Kásparov en el año 97. Y ya entonces había empezado a trabajar con jugadores de élite. Fue ahí cuando me contrató Krámnik; fui su entrenador desde el año 1999 hasta el año 2006. Krámnik acabó derrotando a Kaspárov en el año 2000 y mantuvo el título en dos ocasiones, una en 2004 y otra en 2006. Desde el año 2000 tengo una escuela y una revista (Peón de Rey) y me aparté mucho del ajedrez de competición. Quizá voluntariamente, porque a cierta edad la salud te da algunos avisos y te das cuenta que ya no puedes rendir como cuando eras joven. Llevo toda una vida dedicada al ajedrez. Yo soy informático de profesión y tuve la gran suerte de unir mis dos pasiones en el proyecto de Deep Blue. Como entrenador, fui entrenador de un solo hombre: trabajé toda mi vida para Vladimir Kramlik, pero fue muy bonito porque era un reto enorme ganar a Kaspárov y lo logramos con muy pocos medios. Ahora, para mí jugar a ajedrez es un hobby y ojalá pronto me lo pueda volver a permitir.

     

    Tú has podido enfrentarte a varios de los mejores jugadores de la historia. ¿Existe, como en determinados escenarios, miedo escénico a sentarte frente a según qué jugadores?

    Yo empecé a jugar con los campeones mundiales en los años 80; de Smyslov hasta Carlsen he jugado ante 12 campeones mundiales y tengo la suerte de decir que he hecho tablas contra los 12. De las derrotas no me acuerdo (risas). Cuando juegas contra un campeón del mundo notas enseguida que hay algo especial. Ante Kaspárov casi podías tocar la energía del hombre que te quería ganar. El tío tenía una pose, una manera de sentarse, una manera de inclinarse sobre el tablero… Yo siempre recuerdo una vez que jugué contra él, nuestro segundo enfrentamiento, en Linares.

    Él necesitaba ganar a toda costa; si hacía tablas quedaba segundo. Yo jugué una muy buena partida, le sorprendí, cosa extraña. En una variante de un libro que había escrito él mismo yo había descubierto un fallo. Y él, que tiene mucho orgullo, dijo “no me lo creo”, y jugó lo que ponía su libro… ¡Y estaba mal! Yo jugué lo que tenía que jugar y la partida tenía que terminar en tablas, y cualquier intento por parte de Kasparov de ganar esa partida no podía ser. Y entonces hizo algo, y se arriesgó de una forma increíble, pero yo noté que me estaba diciendo: “da igual cómo, pero te tengo que ganar”. Y me acabó ganando. Yo cometí un error y me acabó ganando. Con estos jugadores la presión es muy fuerte durante toda la partida. No es solamente la presión psicológica, es que hacen muy buenas jugadas. A estos jugadores hay que ganarles siete veces. Siempre tienen más recursos. Ganarles era muy difícil.

    Con Carlsen sólo he jugado una vez, él tenía 14 años, le conozco menos, la partida que jugamos terminó en tablas. Lo que sí he podido es estudiar sus partidas y he visto un jugador tremendamente preciso. He escrito algún artículo en el que comparo a Carlsen con un ciborg; mitad hombre mitad máquina. No es una comparación solamente metafórica o poética. Es un poco real. Se nota mucho cómo él ha aprendido tanto de sus entrenadores humanos como de las máquinas, de los ordenadores. Sus principales virtudes son la resistencia (máquina), la ausencia de errores graves (máquina), la tenacidad (máquina)… A pesar de eso atesora muchas buenas cualidades humanas. Une lo mejor de dos mundos y es por eso que es un deportista de verdad del siglo XXI.

    ¿De cuál de las partidas que has jugado tienes mejor recuerdo?

    La partida de la que mejor recuerdo tengo es una partida que jugué con 17 años, en el primer torneo importante que gané. Un torneo en el que la Federación Española nos daba una pequeña ayuda que nos permitió alojarnos en un hostal y dormir tres jugadores en una misma cama. La ayuda no daba para más. En aquel torneo gané una partida que sigue siendo una de las mejores que he jugado. Le gané a Ángel Martín, que era varias veces campeón de España, y fue aquel torneo el que me permitió dejar la informática y dedicarme profesionalmente al ajedrez. Gané un premio de 70.000 pesetas. Esa partida es una partida muy bonita, muy romántica. Hice varios sacrificios de varias piezas, que es lo bonito del ajedrez; cuando el espíritu vence a la materia, cuando un peón es capaz de derrotar a todo un ejército, esa épica que tiene el ajedrez. Pues en aquella partida se dio de una forma muy original, muy bonita, y guardo muy buen recuerdo.

    ¿Cómo terminaste trabajando para IBM en el desarrollo del ordenador Deep Blue que jugó contra Gari Kaspárov?

    El contacto empezó porque en un congreso de supercomputación en la ciudad de Barcelona se planificó hacer un evento que tuviera cierto atractivo. Trajeron a la máquina de IBM Deep Blue, que aún estaba en fase beta, y me propusieron jugar un match a dos partidas contra la máquina. Propuesta que me encantó; como informático era un sueño. Y tuve la suerte de jugar contra la máquina y además en un momento en el que aún era pequeña, aún con pantalones cortos. Gané, y debo ser de los poquísimos que conseguí vencer a la máquina. Posteriormente, hablando con los ingenieros, les dije: “Con Kasparov no tenéis ninguna posibilidad. Os va a machacar”. Y ellos respondieron: "¿Por qué? Tenemos un año…”. Y les contesté: “Vosotros sois científicos, sois buena gente. Kasparov es un killer. Os va a despellejar”. Ellos lo enfocaban como un proyecto científico. Y el ajedrez, aunque tiene un componente científico muy acentuado, no deja de ser un deporte de competición donde lo importante para el profesional es ganar. Eso hizo que siguieran mi recomendación de contratar a un colega mío, Gran Maestro norteamericano, Joel Benjamin, que les ayudó para el match del 96. La máquina, que aún estaba muy verde, perdió 4-2 contra Kaspárov. Fue entonces cuando IBM descubrió el enorme potencial de márketing que aquellos encuentros tenían, a raíz del enorme eco que tuvo la partida del 96 en Philadelphia. Y decidieron echar el resto e intentar ganar en el 97. Entonces contrataron a un equipo de Grandes Maestros, entre los que me encontraba yo. Y empezamos a introducir en el proyecto elementos no tan científicos pero muy eficaces para tener posibilidades ante Kaspárov. Nuestra aportación fue sobre todo desde el punto de vista competitivo. La máquina sólo entiende números y era un auténtico reto explicarle cómo jugar ajedrez. Empezamos a desarrollar una serie de algoritmos de inteligencia artificial para que la máquina entendiera mejor el juego. Ganamos el match. Kasparov llegó un poco confiado pensando que aquello iba a ser una repetición del encuentro del 96. Él no sabía que IBM se había reforzado con gente como yo. Yo a la máquina a aquellas alturas ya no le ganaba nunca. No le hacía ni tablas. Sabíamos que habíamos construido una fiera que era capaz de morder. Y Kaspárov, que por entonces aún era mejor, no se esperaba lo que se encontró y acabó perdiendo el encuentro por la mínima. Gari ha publicado un libro. Yo aún tengo pendiente publicar el mío. Tuve un contrato de confidencialidad con IBM durante 10 años que no permitía hablar del proyecto. Es un tema apasionante. Había 80 cadenas de televisión. El impacto fue enorme. Las acciones de IBM subieron un montón. Fue brutal. IBM se retiró del ajedrez y ahí quedó aquel encuentro para la historia. En los años posteriores he hablado con Gari y este tema siempre ha sido muy doloroso para él. 20 años después sigue teniendo la espina clavada. De hecho, en su libro, por primera vez en 20 años, nos felicita, pero aún deja caer que hubo algo raro. Aún no lo ha digerido bien.

    ¿Sabíais a ciencia cierta que esa máquina tenía posibilidades de ganar al mejor jugador de la historia?

    Pese a que los humanos hacemos las máquinas no sabemos lo que la máquina va a hacer. Llega un momento en que los algoritmos que una máquina maneja son tan complejos que los programadores no tienen ni idea de las decisiones que la máquina va a tomar. Hay demasiadas variables y es demasiado complicado. Nosotros no teníamos ninguna certidumbre. Además, sólo pudimos probar la máquina en partidas informales contra jugadores de una talla inferior a Kaspárov. Sabíamos, simplemente, que la máquina era peligrosa, pero no sabíamos su nivel real. Ahora mismo, analizando en perspectiva, te diría que la máquina era un poco peor que Kaspárov en el global. Pero los seres humanos tenemos días buenos y días malos; somos muy vulnerables a nuestro estado de ánimo. Yo creo que Kaspárov sufrió la presión y llegó un momento en que no creyó en sus posibilidades. Él se autosugestionó; pensó que la máquina era más fuerte de lo que realmente era. Por ejemplo, cuando trabajé con Krámnik preparando el match hombre vs máquina del año 2002, las máquinas eran mucho más fuertes. Y una de las cosas que le obligué a trabajar – acabó empatando el encuentro – fue el cálculo, que es el punto fuerte de la máquina. La máquina calcula perfecto, y yo le demostré a Kramnik que él también calculaba perfecto la mayor parte de las veces. Tienes miedo de la máquina porque sabes que si cometes cualquier error de cálculo te va a ganar, pero tienes que confiar en que si tú eres campeón del mundo puedes calcular perfecto. Y por encima de la perfección no hay nada.

    Tres años después volviste a ganar a Kaspárov. Esta vez como entrenador de Vladímir Krámnik en el match por el título mundial...

    El mérito fue de Krámnik. Recuerdo que preparamos en Mallorca aquel encuentro. Estuvimos dos meses aquí. Y él ideó una estrategia fantástica, que era inesperada, era sofisticada, era, quizá, la única estrategia que podía haber ganado ese encuentro. Objetivamente Kaspárov era mejor. Y cuando Krámnik lea esto no le va a gustar. Todos los campeones del mundo se ven a sí mismos como los mejores, pero tanto antes como después los resultados de Kaspárov han sido mejores que los de Krámnik. Pero justo en aquel momento las constelaciones se alinearon para que Krámink jugara un match impecable. Le ganó dos partidas, empató trece y no perdió ninguna. Fue algo inaudito. Que Kaspárov en 15 partidas no sea capaz de ganar una al oponente es algo increíble y se consiguió con una estrategia muy elaborada de una mente brillante como es la de Krámnik. Yo ayudé, aporté mi granito de arena, la experiencia de insistir con que no bastaba, que teníamos que encontrar algo diferente, que no podíamos ir a un cuerpo a cuerpo con Kaspárov, que había que llevarlo a nuestro terreno. Y Kaspárov entró como un toro al trapo, el orgullo le perdió. Quizá ese ha sido el único defecto deportivo de Kaspárov; un jugador que ha tenido siempre una enorme confianza en sí mismo, en su preparación, que jamás rehuía un duelo. Y a veces, muy pocas, pero a veces incluso los más poderosos tienen que ser capaces de dar un paso atrás. Y él no lo fue, y cuando quiso reaccionar de nuevo ya era tarde y tenía a Krámnik con una ventaja en el marcador que terminó siendo decisiva.

    ¿Es muy exigente preparar junto a uno de los aspirantes una partida por el título mundial?

    La preparación tiene tres partes claramente diferenciadas: la parte técnica - ajedrecista - la parte física y la parte psicológica. La parte física es importante porque te preparas para un encuentro que dura un mes; Kramnik llegó a aquel encuentro perfectamente preparado: había nadado todos los días, había estado jugando al tenis, hacíamos paseos… Toda una rutina deportiva. Teníamos, incluso, un fisioterapeuta dentro del equipo. Y él cumplió muy bien. Y a pesar de que estaba en perfecta forma perdió 8 kg durante el encuentro. Y eso te permite aguantar esas partidas tan largas, el estrés, y luego además te da fuerza mental. Cuando uno se obliga a hacer algo que le cuesta está educando la voluntad, que es muy importante luego en las partidas. El trabajo físico conecta con el psicológico. Tienes que conocer mucho al rival, tienes que estudiar mucho sus partidos, tienes que conocerte mucho a ti mismo, tienes que ser capaz de aceptar tus errores. El deportista de élite, se llame como se llame, tiene que ser capaz de decir “hago esto mal y lo tengo que intentar corregir”. Esto es algo que hicimos muy bien en aquel encuentro; corregimos muy bien posibles errores de Krámnik. Y luego está la preparación técnica. Había veces, cuando ya estaba agotado y a punto de irme a la cama, que llegaba Kramnik y me decía: “oye, se me ha ocurrido una idea”. Y ya está, ya sabes que esa noche no vas a dormir. Son jornadas agotadoras durante semanas. El último match, que ya fue cuando yo me di cuenta de que no podía más, en 2006, con 40 años, estuvimos 52 días seguidos. Entonces comprendí que tenía que parar. Se me hizo muy largo. Y ya fue el último encuentro que ayudé a Krámnik, que fue el último título mundial que ganó. Todo el proceso de preparación es muy complejo.

    Aún no estás oficialmente retirado del ajedrez profesional. ¿Te ves volviendo a jugar? ¿O a entrenar?

    Mi vida durante los últimos años se ha volcado más en mi empresa, mi escuela y mi revista, lo cual no quita que en cualquier momento pueda volver a incorporarme como jugador o como entrenador. Como jugador sería por hobby, pero la motivación es fundamental. Y no veo muy clara cuál podría ser la motivación que me hiciera volver. Si vuelvo será en algún torneo de algún amigo mío. No creo que vuelva a competir en plan serio. Como entrenador nunca lo descartaré, lo que pasa que sigo teniendo mucha amistad con Krámnik y él sigue siendo durísimo como jugador. Cualquier ayuda que yo prestara a un rival de Krámnik será un poco una traición a un amigo. Aunque hace 11 años que no trabajo para él, aún tenemos muchos vínculos y no me veo repitiendo lo de los 52 días. Lo que sí podría hacer es asesorar puntualmente, durante un stage corto, a algún jugador que me caiga bien. A veces lo he hecho, con la Federación Española lo he hecho durante años. Con Krámnik me di cuenta de que yo en realidad era un psicólogo, un motivador. Mi objetivo era que él estuviera óptimo para jugar. Uno acaba haciendo un poco de brujo, casi. Fue una experiencia muy emocionante y por eso no descarto volverla a repetir, pero no con la intensidad de antes, claro.

    ¿Veremos en un futuro a un jugador español luchando por ganar un título mundial?

    Es muy difícil porque por cada español que se dedica al ajedrez hay 20 rusos, 20 ucranianos, 5 armenios, 8 chinos y 20 indios. Hoy en día se está dedicando al ajedrez gente muy joven, muy cualificada, con muchos medios y en países con mayor población y una tradición ajedrecística mucho mayor que España. Sería realmente una gran casualidad que de aquí saliera el campeón del mundo. Vemos a niños que están con 11 o 12 años como Grandes Maestros, con 15 o 18 entrando en la élite mundial, y en España no se ve de momento un jugador así. En España se está trabajando bien, se ha aumentado muchísimo el nivel; España está generalmente entre los 10 mejores países en las Olimpiadas, en los Europeos… Que no está mal, pero campeón es una combinación de talento, trabajo, ayuda… Es difícil que se dé.

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